Dejar el fuego al uno
Hay un mundo entre la comodidad laboral y el apoltronamiento.
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Recuerdo las veces que mi madre, cuando éramos pequeños, nos dejaba la comida preparada a mis hermanos y a mí para cuando llegáramos a casa, del colegio, del instituto o de donde fuera. Nos dejaba una nota que decía algo tipo «os he dejado la comida con el fuego bajo». Cuando la electricidad sustituyó a la bombona de butano y llegó la «vitro», la comida pasó a estar «al uno». Bueno, en realidad, ella nunca ha dejado de decir «fuego» aunque ya no queden ni cerillas en casa.
En cualquier caso, ese «uno» tenía la intensidad perfecta; calentaba pero no quemaba, conservaba la comida con la temperatura justa sin que se calcinara. Justo a tiempo.
Muchos años después, en un momento laboral y vital importante, pensé en lo bien que me hubiera venido tener el fuego al uno, profesionalmente hablando.
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A lo largo de los años coincides con muchas personas trabajando y, como es lógico, ves de todo: unas llevan años en el mismo puesto y están constantemente al día de su profesión; otras —lleven años o estrenen puesto— se apoltronan como si ya estuvieran en la senda al cementerio de elefantes; hay otras completamente enfocadas en su día a día, y las de más allá no dejan de buscar nuevas oportunidades.
Independientemente de cómo sea cada cual, la cuestión es que las situaciones y las circunstancias pueden cambiar rápidamente de un momento a otro, nos guste o no; podemos estar muy satisfechos y muy tranquilos con nuestro trabajo y, de improviso, la compañía cambia de rumbo, o surgen imprevistos ajenos a nuestra voluntad, o las propias circunstancias vitales son las que nos conducen a un cambio personal.
Y es en ese momento en el que importa, y mucho, a qué temperatura tiene cada persona su «fuego» profesional.
Mucho por hacer
Yo experimenté una de esas circunstancias vitales, y hasta entonces estuve tan centrado y motivado en mi trabajo del momento que había descuidado ciertos detalles que, aunque parecieran menores, eran importantes a nivel laboral: mi currículum estaba desfasado, no tenía portfolio, tenía oxidado mi propio discurso como profesional. Me había absorbido el día a día y no sacaba tiempo para seguir formándome al margen de mi experiencia diaria. Aprendía mucho, pero esa experiencia cotidiana no podía abarcar todo lo necesario.
Y no es que tuviera que comenzar todo de cero o no fuera consciente de la importancia, pero al no ser imprescindible en mi día a día había ido relegando todo aquello a un segundo plano.
Poco a poco fui poniendo al día todos los detalles; me llevó tiempo y esfuerzo pero supuso un aprendizaje valioso: mantener el perfil profesional «en forma» es parte de la profesión de cada cual. Desde entonces, no he dejado de mantener(me) así aunque sin obsesionarme, y con el tiempo he ido incorporando nuevas habilidades y recursos que, laboralmente hablando, me han sido muy útiles.
Las cosas bien cuidadas llevan su tiempo
Hay pequeñas grandes cosas que necesitas en un momento u otro, a nivel laboral; todas llevan dedicación y tiempo y, con frecuencia, es precisamente tiempo lo que no tienes. Una carta de presentación para un determinado puesto. Una descripción de tus funciones de uno de tus trabajos anteriores. Tu portfolio. Tu curriculum. O, simplemente, tener una foto medio decente. Ese tiempo valioso para preparar material puede suponer oportunidades perdidas. Hay montones de pequeños detalles engañosamente simples.
Y lo anterior no deja de ser lo que podría denominarse logística; se podrían añadir cuestiones aun más importantes que no se hacen de un día para otro: estar al día de lo que ocurre en el sector, adquirir nuevos conocimientos, tener y cuidar una red de contactos profesionales, asistir a eventos, impartir cursos, escribir, hacer entrevistas cuando ves horizontes interesantes, practicar tu discurso en otro idioma… Sólo con constancia darán su fruto para que, cuando llegue el momento, todo sume.
Conservar el calor cuesta menos que recalentar
Está claro: hay aspectos que cuesta más mantener al día que otros, no todos son igual de relevantes, y a esto se suman las situaciones vitales de cada cual. Sin embargo, con el tiempo he visto que no me ha resultado muy costoso mantenerme actualizado en ciertos aspectos básicos. Si hablásemos en términos de energía (y gastronomía), mantener la comida caliente cuesta menos que recalentarla una vez que se ha enfriado por completo. Y cuando lo interiorizas como algo rutinario, ves que puede llegar a ser muy satisfactorio y beneficioso.
Con todo esto no quiero decir que haya que estar en estado de alerta permanente, sería innecesario e insoportable; lo que sí creo es que hay que buscar la satisfacción y la comodidad sin caer en la inercia. Se trata de mantener templado y en forma el músculo de la profesión para que, cuando las circunstancias cambien, esté preparado y reaccione en las mejores condiciones posibles.
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Cualquier pregunta, idea o sugerencia que tengas es más que bienvenida, y si no eres de conversación pública, escríbeme a aloha@tuelfworks.com directamente y charlamos de lo que nos apetezca, quién sabe si no saldrá una buena idea de ahí.
Imagen de portada: Walter Hensley, head kiln fireman at Southern Potteries, Elroy, Tennessee (1933) • U.S. National Archives.