Don, el misterioso hombre de Sandeman
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Hay pocas identidades de marca que me resulten tan especiales como la silueta de Sandeman y de «El Don», el misterioso hombre de la capa.
En 1678, Francia e Inglaterra entran en guerra y el vino empieza a escasear en ésta última, que comienza a recurrir a los vinos de su viejo aliado, Portugal. La cuestión es que los vinos no resisten bien las inclemencias de los largos viajes por mar y se acidifican.
¿Qué hacer para solucionarlo? Pues los ingleses adaptan una antigua técnica empleada por los monjes portugueses; al añadir brandy al vino en plena fermentación ésta se interrumpe y voilà, queda un vino muy aromático, más dulce y con más alcohol.
Nace así el vino de Oporto, llamado oporto, porto o port. Toma el nombre, claro, de la ciudad de Oporto, en la zona del Alto Duero, de muy buenos vinos.
Hay que decir que lo de inventar soluciones para proteger el bebercio en los viajes no es nuevo para los ingleses; por ejemplo, la cerveza IPA o India Pale Ale nace de querer enviar cerveza a la India para sus colonos británicos. Con más lúpulo y más alcohol, es más resistente.
El caso es que el oporto triunfa en Gran Bretaña y los empresarios británicos se empiezan a establecer en Portugal. Entre ellos están los hermanos George y David Sandeman, que con 300£ fundan su propia compañía en 1790.
Hasta entonces no había mucho concepto de identidad (el vino iba en barricas, sin más), pero George Sandeman empezó a «hacer marca», literalmente: con un hierro candente grababa en sus barricas las siglas GSC (George Sandeman & Co.).
El negocio marcha y la familia Sandeman, rica y poderosa, consigue hasta título nobiliario: en 1883, el rey Luis I de Portugal convierte a William Glas Sandeman en el primer barón de Sandeman. Un Sandeman llegó a ser gobernador del Banco de Inglaterra, ahí es nada.
Buena parte del éxito fue su visión pionera del marketing: embotellaban, etiquetaban y anunciaban su vino cuando prácticamente nadie lo hacía, y usaban cuadros de artistas para crear desde posters hasta etiquetas.
En 1926, el artista Jean d’Ylen pintó el polémico «Centauro». Una alta dama inglesa escribió escandalizada una carta tachándolo de diabólico y lujurioso, preguntando por qué una señorita tenía que montarse sobre la grupa del demonio por dos botellas de oporto.
Triunfó, claro.
Sí, todo un éxito, pero Sandeman no tenía una imagen propia. Y aquí aparece George Massiot Brown, un anónimo artista escocés que, con la intención de colarle algún que otro cuadro, se acerca a George Sandeman.
Sale con el trabajo de su vida.
En 1928 nace «El Don», la icónica silueta de Sandeman. Usa sombrero jerezano, va envuelto en la capa tradicional de los estudiantes de Portugal y sostiene una copa de color rubí. Si te fijas, el cuadro va firmado como G. Massiot, que en pleno art déco sonaba más francés.
Se dice que Massiot, un cinéfilo, creó la figura de Sandeman en los mismos días en que se estrenaba en Londres la película «El Gaucho», con una estética sospechosamente parecida. Nunca se pudo confirmar si hubo o no «inspiración» pero cierto aire de familia hay...
El toro de Osborne es imponente,
El jinete de Nitrato de Chile inspira serenidad,
Mientras que el hombre de la capa negra de Sandeman, con su cabeza ladeada, resulta inquietante, misterioso y magnético.
Tres siluetas negras con tres identidades visuales muy distintas. Es sorprendente cómo un «simple» recorte negro puede evocar significados tan variados y profundos.
Con el tiempo han modernizado la silueta del Don, dándole luces a ciertas partes de la figura.
Pero no sé, yo creo que ha perdido parte de su encanto y su misterio...