El efecto Miyagi

Convertirse en un profesional sin dar (muchos) palos de ciego

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Me llama la atención la velocidad que ha cogido la formación y la difusión de información en el ámbito digital, una velocidad similar a la propia evolución del sector tecnológico, con especializaciones y nuevos nichos. Son indicadores de interés, pero algo me inquieta: se ha multiplicado el número de charlas, cursos, publicaciones, fuentes de información… Surgen formaciones de las que, en cuestión de breve tiempo, salen hornadas de diseñadores que, a su vez — semanas o meses después—, se dedican a formar a nuevos diseñadores. Algunos, incluso, recién llegados, se autoperciben y/o exhiben como verdaderos profesionales, con tantos conocimientos «dominados» que no caben en la cabecera de su LinkedIn (nunca me queda claro, de toda aquella ristra, qué quieren hacer realmente o sobre qué aspectos sienten verdadera pasión). Me sorprende cuando esto se mezcla con cierta actitud de que dedicarse a esta profesión fuera casi un juego o algo ligero.

Ha aumentado la cantidad de información (bien) pero se hace mucho más difícil la selección y el filtro de calidad, y más para personas recién iniciadas o preiniciadas.

Es un sector atractivo y se nota en la oferta y la demanda que hay, pero, ¿cómo afecta esto al sector? Si la demanda es alta, ¿cómo afecta su incremento a la calidad de la oferta? A veces tengo la sensación de que las miras son más cortas cada vez; de que el criterio para (auto)considerar(se) a alguien bien formado ha ido siendo más laxo.

Me viene a la cabeza una pregunta muy básica: si las personas que acaban de formarse entran rápidamente en el circuito de ser referencias o ser formadoras, ¿qué conocimiento, qué bases de la profesión se están transmitiendo? ¿Cómo influye? ¿Qué forma se le está dando a la profesión? ¿Tiene alguna forma? ¿Debe tenerla? ¿Cómo se define? Y ya paro.

 

 
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Seis ciegos caminan en fila. El guía que los precede, también ciego, cae en una zanja. Uno tras otro van cayendo hasta acabar todos haciendo isla, como un P. Tinto con el azúcar en su café.

¿Cómo puede saber un ciego si su mano está aferrada al hombro de otro ciego o si se trata de alguien que ve perfectamente el camino o, al menos, lo justo para no caer en una zanja?

El cuadro es «La parábola de los ciegos», pintado por Pieter Brueghel el Viejo en 1568.

 

El efecto Miyagi

Cada cual recorre su camino y tiene sus propias etapas. Hace unos años, en un momento dado, di un giro personal y profesional importante, y fue justo en ese momento cuando tuve la sensación certera de haber completado mi fase de iniciación como diseñador. No sabría explicarlo pero fue una impresión, incluso física, muy particular. Ocurrió unos ocho años después de haber comenzado mi camino, dando y puliendo cera. Tardé años en considerar que había hecho y aprendido suficiente como para considerarme profesional. Y no por una falta de autoconfianza sino por el hecho de no considerarlo nunca tiempo o experiencia suficiente, y ni siquiera esto era una reflexión consciente. Ahora estoy en otra etapa, seguiré pasando por otras, pero esa sensación me acompaña.

Tal vez el sentimiento de impostor siempre persiste de algún modo y tengo la impresión de que hace unos años era algo más intenso, cuando no había prácticamente formación o documentación o era más complicado acceder a ella. Siempre he tratado la difusión de conocimiento con un grandísimo respeto, porque es una gran responsabilidad ayudar a otros a formarse como profesionales o dar forma al conocimiento individual. Y respeto a aquéllos que son rigurosos y comprometidos en su forma de hacerlo.

 

Sin historia no hay memoria

Piensa en cualquier rama del conocimiento (arquitectura, historia, biología, ingeniería, psicología…). Pongamos arquitectura. De los miles de arquitectos que han existido y existen, no todos han contribuido de forma notoria o reconocida —son cosas distintas— a la historia de su profesión, pero todos han aprendido de sus predecesores y contemporáneos y han influido, a su vez, en colegas contemporáneos y futuros.

Definimos y perfilamos las múltiples facetas de la cultura principalmente de dos formas:

  • Mediante personas que han dejado constancia de sus ideas y de su labor, a través de libros, escritos, esculturas, edificios, pinturas, …

  • Mediante personas que van observando, reflexionando, recogiendo y organizando el saber y la información, propio o ajeno, para ir conformando distintas ramas del conocimiento.

Aunque no seamos conscientes en nuestro día a día, cada uno de nosotros formamos parte de la historia de la profesión a la que nos dedicamos; en mayor o menor medida, ayudamos a darle forma a través de nuestro trabajo. La cuestión es, ¿cómo concibe cada uno dicha profesión? ¿La huella de lo que hacemos es aprovechable por otros?

El conocimiento que no traspasa el umbral de la mente para hacerse tangible y comunicable es como si no existiera.

 

Perfiles bajos

Hay personas que enseñan sin pretenderlo; personas que, en un momento dado, hemos tenido el placer —genuino, no el que se ve en algunos correos de despedida— de conocer, con las que trabajar y de las que aprender. Esas personas de las que piensas «Qué suerte tienen las personas que van a trabajar contigo». No hace mucho leí esta frase:

Las personas más interesantes a nivel profesional son las que no verás dando charlas, ni en redes, o impartiendo cursos, o de las que no leerás nada porque no escriben (o no publican lo que escriben).

Creo que es una afirmación excesiva porque lo opuesto no es cierto pero algo de sentido tiene.

Conozco a profesionales «ocultos» a los que me encantaría ver transmitiendo su conocimiento, por su buen hacer, su actitud, su ética, su buen criterio, su experiencia, su humanidad. Desde mi perspectiva, buena parte de ellos tienen algo en común: no son visibles. Si no trabajas con ellos, difícilmente los encontrarías. Son perfiles bajos que, como describe tan bien mi propio hermano, vuelan bajo. Alguna vez les he animado a compartir su visión y su experiencia, de la forma y por el medio que sea. Cada uno por sus circunstancias y opciones personales no lo hacen. Quién sabe, tal vez parte de su gran valor resida en ser como trufas descubiertas por casualidad. En cualquier caso, dejan huella en las personas de su alrededor.

 

Aportar y distinguir

En torno a todo esto de la formación y la difusión mantengo dos ideas encontradas: la creencia de que todos debemos contribuir y difundir nuestras ideas, nuestro trabajo y nuestra experiencia, y ayudar a darle forma a la profesión que uno ejerce. Veo importante que cada cual diga «Eh, he descubierto esto, por si os sirve» y comparta sus hallazgos.

Por otro lado, no todo el conocimiento aportado tiene idéntica importancia ni valor (¿cómo determinar qué es valioso y qué no?), especialmente visto desde una perspectiva amplia.

Volviendo al punto de partida, tengo clara la relevancia de que las personas que se van incorporando a una profesión tengan guías y pilares sólidos, y distinguir la formación y el conocimiento de calidad de la superficialidad, la charlatanería o la moda pasajera. Consolidar a profesionales es la mejor manera de consolidar una profesión.

¿Cómo hacerlo? Eso da para hablar en profundidad y seguramente no solo en el ámbito del Diseño.

Cualquier comentario, idea o sugerencia que tengas es más que bienvenida, y si no eres de conversación pública, escríbeme a aloha@tuelfworks.com directamente y charlamos de lo que nos apetezca, quién sabe si no saldrá una buena idea de ahí.

* Gracias, Óscar, David, Noe, Ruth, Lucio, Santos, Luis, Íñigo, Mati, Laura y varios más, por aprender con vosotros.

** Es un tema complejo y ha dado mil vueltas en mi cabeza y en el papel. Gracias a mis «editores» por darme su perspectiva (y su paciencia) para afinar un poco las costuras, sobre todo a ti, Carlos, por esos matices finales.

*** Según Alberto Maiztegui, el cuadro de Brueghel plantea una paradoja interesante porque, ¿no vamos acaso un poco a ciegas en general y sólo después de empezar a andar uno empieza a vislumbrar el camino?


IMAGEN DE PORTADA: La parábola de los ciegos pintado por Pieter Brueghel el Viejo (1568).

 
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